miércoles, 23 de enero de 2008

Senilidad

Hoy en día, la prensa se ocupa más de la muy trascendente imagen de un pretendido humanoide en Marte, que del desastroso estado a que han conducido al país los recientes sexenios de panistas “democráticos”, conservadores, “decentes” y que saben muy bien cómo vender el país.

Salíamos, sí de los gobiernos priistas en los que ya se había traicionado desde hace tiempo, la revolución mexicana y sus beneficios: educación pública, libertad laboral y sindical, propiedad de la tierra y el subsuelo en manos del Estado revolucionario, de un Estado sólido que se fue desmoronando.

Pero el error de los mexicanos al haber elegido al conservador neo panista en vez de al hijo del Tata Lázaro, introdujo abiertamente a los enemigos de México en la Presidencia. Afortunadamente el primer conservador no pudo hacer nada grave, su torpeza fue a tal grado notoria que dio seis años constantes de caricaturas diarias, ¡un verdadero record!

Pero lo único que pudo hacer fue colocar a otro presidente espurio –después de Salinas– que, para legitimarse ha hecho verdaderas desfachateces –pero con inteligencia, hay que reconocerle– y ha logrado poner en la palestra de venta a la paraestatal del petróleo, la única que queda sin ser abiertamente propiedad de gringos. Ya las minas están en sus garras desde hace tiempo, las de plata, que se salvaron hasta Salinas, ya también las tienen en sus fauces.

Ahora esa venta de Pemex es vista con cierta complacencia por parte de los pseudo defensores de ella, de los que hubo un grupo en Coatzacoalcos, que fueron amilanados y reducidos, quedando sólo unas de las cabezas, sin grupo. El cambio de poderes los amilanó y concluyeron en que era mejor servir al sistema que tanto criticaron, pero no perder el empleo, en vez de atacar a fondo para garantizar su dignidad.

No hace falta repetir que Hegel clasifica los espíritus en dos: los que prefieren sobrevivir, aún a costa de perder su libertad, y los que luchan y prefieren morir con tal de no perder su libertad. Unos son los son los esclavos, los otros, los amos. Sumisos unos y dignos los otros.

Pero esa izquierda, que alguna vez fue beligerante y tenía la medida del sistema, ahora se ha repartido en dos cosas distintas, ninguna de ellas puede recibir el nombre de izquierda, unos se han anexado a los intereses de poder de un partido que nació, sí, de una izquierda inteligente (la izquierda siempre ha sido inteligente), pero se convirtió en una amalgama de tribus en lucha, que huyen de ser de izquierda, pero que llaman a su partido de “izquierda”. Otros, de manera cobarde y artera, han traicionado sus días de juventud y se han amoldado al conservadurismo comodón que opta por la derecha del sistema, más por flojera que por convicción –al menos eso se piensa.

En ambas actitudes se respiran los síntomas de senilidad, los conflictos diarios de las tribus descuidan los verdaderos intereses nacionales, dejando que los represente el conservadurismo. Otros, en su apática distancia, se han acomodado al mismo conservadurismo, como si los años les pesaran en el compromiso y criterio.

Ya pasó la época en que los mayores conservaban, en la ancianidad, posturas más radicales que en su juventud. Los de antes eran ancianos jóvenes, que acuñaron la frase de que “la ancianidad es un estado mental”; los de ahora son seniles, a veces desde la juventud. Ese es otro de los caracteres diferenciales del conservadurismo. ¡Con qué tristeza vemos la débil senilidad de la actual humanidad!

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