sábado, 11 de julio de 2009

El Terror en México

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Con éste son ya tres años que México padece una situación de terror. Esto ha permitido militarizar el país, armar más a las policías, autorizar mayores gastos para una supuesta seguridad y acceder a fondos de países extranjeros que están dispuestos a invertir recursos para esa pretendida seguridad.

Pero, si vemos por detrás de estas apariencias, observaremos que las cosas son algo distintas. Para empezar, despierta sospechas que un gobierno federal que no pudo legitimarse en las urnas sea el que pugna por su legitimidad a partir de las armas con el pretexto de una seguridad que no tiene la capacidad de ofrecer. Genera sospechas también el raro señalamiento que indica que la violencia se debe al narcotráfico, cuando se sabe que la sociedad mexicana es considerablemente sana y no es una fuerte consumidora de estupefacientes, por un lado. Por el otro, son muy extensas las tradiciones mexicanas en las que el consumo de remedios naturales está ligado con los rituales iniciáticos y el tránsito hacia las zonas invisibles del universo y que este consumo no puede llamarse en sentido estricto una adicción a droga alguna, y tampoco es generador de violencia.

Todo parece apuntar a que la inseguridad que padece el país es inducida por determinada persona o grupo político que se beneficia de la situación. Si pensamos las posibilidades, no son los militares quienes se benefician de esto, porque, aún cuando sus salarios se han incrementado, nada ganan cruzando balaceras con supuestos criminales, poniendo en riesgo sus vidas y la seguridad de sus familias. Tampoco son las policías, que han sufrido bajas e incluso se han visto en entredicho con los sucesos las que se benefician con esta situación. Ni se favorecen los gobiernos de los estados, que han sufrido allanamientos y ataques fuera de toda decencia política y de las reglas no escritas del federalismo y el respeto de la autonomía de los estados.

Todos los partidos políticos se mantienen al margen de esto, excepto uno: los conservadores, que no han logrado legitimarse en la presidencia del país y cuyo puntal histórico está en las altas jerarquías eclesiásticas y militares, además de los oportunistas políticos que emanan de otros partidos y sus vicios e ignorancia los llevan al conservadurismo. Este partido, cuya única bandera de campaña política ha sido la denostación de sus adversarios y la campaña de lucha militar contra el delito, la inseguridad y la droga, ha impuesto en México una de las formas del fascismo: reducir la proporción presupuestal para educación e incrementar la proporción para militarizar el país.

La manera usada por esta tendencia ideológica para controlar el país es la de imponer el terror, en todas sus formas. A las ya conocidas, como son los gendarmes y militares armados apuntando al inocente pueblo desarmado, se suman otras más sutiles, como el terror al desempleo y sus consecuencias, o la de caer en carteras vencidas con los innumerables bancos a los que se ha permitido que negocien intereses leoninos. El terror a los maestros violadores, a los curas pederastas, a las guarderías subrogadas, se suman a los terrores inventados por el sistema a nivel mundial, como las pandemias, los ataques de extraterrestres o las posibles colisiones astronómicas que lleven al fin del mundo.

Todas estas formas de terror son manipuladas por el conservadurismo para que los habitantes comunes no vean que muchas de ellas son ficciones, y las que no lo son, se lucha por ocultarlas o minimizarlas, así que las fuentes de terror combinan elementos reales con imaginarios, todos filtrados a través de los medios masivos, es decir, de la televisión.

Lo grave de estas formas de terror es que un pueblo aterrorizado se vuelve incapaz de enfrentar los retos más sencillos de la vida. Cualquier persona en sus cabales sabe que la vida es riesgo, que vivir requiere de afrontar riesgos constantes, por lo que el terror se vuelve contrario del espíritu de osadía que requiere la vida. El conservadurismo es por eso un síntoma de enfermedad y de negación de la vida. Un pueblo conservador, un pueblo que decide por representantes políticos que sean conservadores, es un pueblo que está negándose en algún grado el derecho de vivir. Esto es lo grave del terror inducido por los conservadores.
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